Comunicación: vía para renovar y mejorar el campo
Cuentan que en torno a Shatt al-Arab, fuente que discurre entre el Golfo Pérsico y la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, los sumerios se encargaron de realizar labores que incluían el uso de algunas técnicas agrícolas relacionadas con el riego y la mano de obra con cierto nivel de especialización para producir alimentos.
De eso hace cinco mil años. Mucho tiempo antes, se aprovechaba las crecidas del Nilo para cultivar en terrenos en los que (al reducir su caudal) quedaba una especie de sedimento fértil. Cuentan que también para esos tiempos, en zonas aisladas de África, China, Nueva Guinea y hasta en las Américas, se trabajó en el cultivo de cereales.
Pero según lo demuestran excavaciones arqueológicas, es en torno a Shatt al-Arab donde se unen el agricultor y el pastor para convertirse en proveedores esenciales para las sociedades sedentarias y seminómadas.
Sería realmente apasionante (y edificante, por demás) seguir paso a paso el proceso hasta poder diferenciar entre macroeconomía y microeconomía, analizar en contexto las determinantes del desempeño en los diversos subsectores que inciden en la agropecuaria, y hasta abordar lo relacionado con el comercio exterior agropecuario y los aspectos sociodemográficos de las zonas rurales.
Pero la extensión de este breve texto no nos concede oportunidad para ello. En consecuencia, invito a concentrarnos en República Dominicana, aunque sin desconectarnos del contexto global.
El hecho de que la República Dominicana tenga como socios comerciales principales a países como los Estados Unidos de América (la mayor economía del mundo) y Haití (el país más pobre del hemisferio), pero que también haga negocios con economías avanzadas y emergentes, como la Unión Europea, China y países latinoamericanos vecinos, es señalado por los economistas como uno de los principales determinantes del ciclo económico en general (incluyendo a la actividad agropecuaria).
Es en atención a ello que la CEPAL, al referirse al entorno macroeconómico reciente de la actividad agropecuaria en Centroamérica y la República Dominicana, destaca “una desaceleración en el ritmo de crecimiento económico, si se le compara con la década de 1990”. Pero no todo es negativo. Según la propia CEPAL, hay un resurgir que se hace evidente cuando se revisa lo ocurrido entre los años 2001 al 2013.
El organismo internacional destaca que “el repunte de la actividad productiva regional se tradujo en un crecimiento económico de 4,6% anual desde 2001 a 2007, mientras que durante los años de crisis (2008-2009) se desaceleró hasta alcanzar 2,6% anual”.
Nos deja con un buen sabor la CEPAL, cuando da cuenta del repunte “en el período 2010-2013 al mostrar un índice de 4,6% anual”, situación explicada por el organismo al referir que se debe “en parte, a una combinación de políticas públicas de estímulo de la demanda interna, así como a la reanudación del ritmo de crecimiento en los principales socios comerciales”.
Pasemos de los números, regularmente fríos (y hasta embaucadores), a revisar un poco de lo que ha ocurrido en nuestro país en términos de apoyo al campo y a la producción agropecuaria.
En un balance publicado en la prensa nacional, el economista agrícola Frank Tejada Cabrera identifica la feria agropecuaria realizada en 1955 como “el evento que marcó el desarrollo de la ganadería y la agricultura” en la República Dominicana.
El experto destaca en su publicación, como consecuencia de aquel punto de partida, la transformación del Banco Agrícola en una entidad especializada en crédito agropecuario y forestal, así como el inicio de la extensión agrícola en el país. Tejada incluye además la promulgación de la ley de reforma agraria, los trabajos en sanidad animal, el fomento de la ganadería bovina, avícola, porcina y apícola, así como el impacto de la Misión Técnica de Taiwán en el sector arrocero, desde la Estación Experimental de Juma, Bonao, entre otros muchos esfuerzos desplegados entre 1950 y 1970.
Para muchos, sobre todo para quienes llevan largo tiempo vinculados al sector agropecuario y su incidencia socioeconómica en República Dominicana, son memorables aquellas etapas caracterizadas por los programas PIDAGRO I, II y III, así como aquellos proyectos relacionados con: crédito agrícola, extensión agropecuaria, producción animal, catastro, sanidad animal, adiestramiento y fortalecimiento institucional, entre otros renglones.
El tiempo ha pasado. Y el cambio sigue siendo lo único constante. Revisar las experiencias ayuda a retomar lo mejor del pasado. Observar, estudiar y entender el contexto global es clave para orientar acciones. Partir de la realidad del campo de dominicano es garantía de sostenibilidad para cualquier emprendimiento dirigido a él.
¿Qué hacer ahora para actuar de manera estratégica y con grandes posibilidades de éxito? La pregunta ha de retar a quien se sienta llamado a crecer mientras aporta al crecimiento colectivo.
El gobierno, el campo y la academia (o quien de ella se sienta fruto), tienen sentido de oportunidad en la innovación. La diversidad y la complejidad que caracterizan al mundo actual han convertido a la innovación en un imperativo, máxime en la gestión pública, como manera de lograr una actuación más flexible e inmediata en la satisfacción de las necesidades de la ciudadanía.
Para muy connotados tratadistas, el cambio y la innovación de las prácticas administrativas en el aparato público son los ejes rectores de la nueva visión de la administración pública. En la ruta de la innovación, son determinantes las políticas de descentralización y desconcentración. En ese ámbito, hay cuatro puntos considerados como ejes rectores: fortalecimiento de la gestión pública, fortalecimiento de los servicios públicos, fortalecimiento de las finanzas locales y fomento en la participación ciudadana (Zerillo García 2014).
Para esos procesos contamos con aval en la Ley 1-12 (Estrategia Nacional de Desarrollo), que en uno de los objetivos específicos de su artículo 8 plantea “reducir la disparidad urbano-rural e interregional en el acceso a servicios y oportunidades económicas, mediante la promoción de un desarrollo territorial ordenado e inclusivo”.
Esa inclusión implica adecuada comunicación entre sectores claves. Un real trabajo en ese sentido amerita de comunicación interna que ayude al fortalecimiento de equipos. Por esa ruta se logra un virtuoso intercambio de conocimiento, información y buenas prácticas en cualquier organización moderna. Pero esto facilita además el fortalecimiento del liderazgo del que tanto se precisa en la sociedad actual para el adecuado seguimiento y sistematización que nos conduzca por la senda de la mejora continua.
En consecuencia, escuchar (punto de partida para quien intenta comunicar), discutir (como mecanismo de participación), consensuar (como pilar para la sostenibilidad), esclarecer objetivos (para no errar el rumbo) y poner “manos a la obra” (porque la mejor manera de decir es hacer), han de convertirse en los rieles por donde transite el tren del bienestar y la felicidad en el campo dominicano.
Así se promueve procesos sinérgicos. Así se facilita la comunicación y el entendimiento entre los agentes involucrados en el desarrollo. Así se impulsar la mejoría de vida en el ámbito rural.
Bibliografía consultada:
CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) (2014), Evolución del sector agropecuario en Centroamérica y la República Dominicana, 1990-2014 (LC/MEX/L.1175), México, D.F.
Publicación titulada Evolución agrícola dominicana 1955-2015, por Frank Tejada Cabrera, en el periódico Hoy, de fecha 10 de febrero de 2017.
“La Innovación en la Gestión Pública”, trabajo ganador en el XXVII Concurso del CLAD sobre Reforma del Estado y Modernización de la Administración Pública, realizado en Caracas, 2014, de la autoría de Kirk Douglas Zerillo García.
Ley 1-12 (Estrategia Nacional de Desarrollo).